De los límites del respeto a las ventanas y cristales rotos

Mi abuela, que estoy convencido tenía alguna extraña conexión con Stanford o Harvard, decía que en una pareja las cosas van bien hasta que “se rompe el plato bonito”. La metáfora, claro está, no hacía alusión a la vajilla sino a los límites del respeto. Cuando se permite una falta de respeto, las siguientes “pierden” importancia y la relación se deteriora.

Phillip Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford, con un planteamiento menos metafórico y mucho más científico, llegó a conclusiones paralelas en un estudio acerca del comportamiento humano sobre los límites del respeto.

El experimento consistió en abandonar un coche en el barrio del Bronx de 1969, en aquella época muy conflictivo y con altos niveles de delincuencia. Zimbardo dejó el vehículo abandonado con sus placas de matrícula arrancadas y con las puertas abiertas para observar qué ocurría. ¿Qué sucedió? Pues que al cabo de unos minutos se acercaron varias personas, comenzaron a desvalijar el vehículo, a los tres días ya no quedaba nada de valor en el coche y acabaron dejándolo en el chasis. La conclusión, bastante previsible, es que si dejas un vehículo abandonado en un barrio degradado al cabo de unos días no queda nada.

La segunda parte del experimento consistió en abandonar otro vehículo similar, pero en este caso en Palo Alto (California) un barrio rico y tranquilo. Sucedió que durante siete días el vehículo estaba intacto y Zimbardo, no conforme, decidió intervenir. Tomó un martillo golpeó varias partes del vehículo y también rompió las ventanas (de ahí el nombre, Teoría de las Ventanas Rotas). Así, el coche pasó de estar en buen estado a mostrar signos de abandono. ¿Qué sucedió? Pues que a partir de ese momento los habitantes de Palo Alto se cebaron con el vehículo a la misma velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx y el coche quedó desvalijado por completo.

De la Teoría de las Ventanas Rotas podemos deducir que el hecho de traspasar los límites del respeto o del cuidado cívico no depende de la renta, probablemente tampoco de la educación, sino que depende de otras circunstancias de orden psicológico. Desde una mirada ontológica, podríamos decir que los juicios “aquí nadie cuida esto”, “esto está abandonado” o “aquí vale todo” los compartimos a gran velocidad, sin mayor reparo. El maltrato, la mentira, la injusticia o la corrupción tienden a crecer rápidamente, como una bola de nieve. Dicho de forma más amplia, no atajar dichos juicios, no poner límites y no reparar el daño realizado a tiempo supone allanar el camino para la vulneración de los límites y para acciones de falta de respeto.

Cuestión de límites
Vemos pues que permitir un abuso o una falta de respeto una primera vez supone el riesgo de que el otro piense que existe posibilidad de hacerlo más veces. Un riesgo que se evita poniendo límites. Y puesto que poner límites puede ser incómodo y puede conllevar un enfrentamiento, será necesario buscar el momento y la forma más eficaz para poder hacerlo.

En el entorno laboral
En la empresa, ¿somos respetuosos con los valores de la empresa?, ¿con las personas?, ¿con la calidad?, ¿con las normas?, ¿con los clientes?, ¿con los bienes materiales? Si no corregimos a tiempo una actuación en contra de un valor de la compañía, por ejemplo, corremos el riesgo de que dicho valor deje de tenerse en cuenta y se convierta en algo que simplemente está en la web, mientras nosotros estamos a otra cosa.

En la pareja
¿Cuidas y te cuidas?, ¿respetas y te respetas? Piensa que el abandono personal o de la relación por dejadez, desidia o desinterés puede llevar al rápido deterioro de la misma.

En el entorno social
Si permitimos la falta de ética, la ilegalidad y las ofensas sin tomar medidas, estamos facilitando que después de un primer paso haya otro, y otro más y otro más, sin límite. Una ciudad, una empresa, una casa desordenada o sucia en el plano físico o sin valores o atención en el plano emocional, deja espacio a la degradación progresiva, al vandalismo y a la delincuencia. Se asume como natural o inevitable lo que ha sido fruto del abandono y la inacción.

Como personas, más allá de nuestro rol como líderes, madres, padres, amigos, ciudadanos o miembros de un equipo, tenemos la doble responsabilidad de fijar los límites del respeto, de no romper ninguna “ventana” física o emocional y de reparar o reclamar cuanto antes el arreglo de las ventanas que veamos rotas para respetarnos, cuidarnos y conservar nuestros espacios vitales.

Llegados a este punto, la pregunta es ¿cuántas ventanas rotas hay en tu vida?, ¿hay algún límite que estés vulnerando tú?, ¿qué límites dejas que sobrepasen los demás? En tus relaciones personales de trabajo, de amigos o de familia, ¿hay algún “plato bonito roto”?, ¿hay faltas de respeto pendientes de atajar?

Y por lo tanto, ¿de qué te das cuenta ahora?, ¿qué vas a cambiar?

Artículo original publicado por Lluis Miró en EEC.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad